MARCHA ATRÁS

Él al parecer había reservado habitación en un hostal en el centro, que resultó bastante cutre. No le echo en cara la precariedad del lugar. No fue culpa suya. Creo que había hecho reserva telefónica y al parecer había sido su padre el que le comentó del sitio. Y al contrario, le estoy agradecida, porque la estancia de ambos la pagó él.

Dejamos mi trolley en la habitación tras examinarla, y le entregué los regalos de cumpleaños. Antes de abrir la cajita de la cadena de plata, bromeó sobre si era un anillo de compromiso. Ahora pienso que a lo mejor pensaba que lo era y estaría muerto de miedo el pobre... Abrió la caja, miró la cadena y me dio las gracias, pero ya me advirtió que no se la iba a poner. Me sentí totalmente gilipollas. ¿Y para eso hacía números para conseguir dinero? ¿Qué quería entonces, un enano de jardín? Creo que de todo lo que le regalé, lo que le convenció un poco más o menos, fueron la caja de bombones y los caramelos.  Con lo demás me parece que no estuve muy acertada, porque en la tarjeta le decía cosas bonitas y él estaba acabando con todo el romanticismo (y más que iba a acabar... Si lo hubiese sabido, no le habría escrito más que "¡Feliz cumpleaños!").

Me sentí tan tonta, que estuve a punto de tirar la tarjeta sin decirle nada. De nuevo sentí ganas de desaparecer, a causa de su reacción.

Bajamos a cenar al McDonald's, donde al menos pude invitarle yo, por una vez. Charlamos y ya empezaba con sus coqueteos habituales, diciendo que no podía sentarse en la silla de al lado mío por el sitio que escogí yo, con lo cual se sentó enfrente.

Me estuvo hablando sobre el tema del "profesor" y sobre el otro chico, aquél con el que al principio habíamos hecho equipo pero con el que acabé cortando todo trato. Me contó lo mucho que ese chaval me criticaba a mis espaldas.

Lo triste, es que él no hacía nada por defenderme. Incluso, ese chico me tiene acosado levemente (también en el tablón de Z, en la red social), y éste no movía ni un dedo. Decía que eso no era asunto suyo, que lo arreglase yo con el otro.

Si alguien, hombre o mujer, estuviese detrás de Z y no de mí insistentemente, a pesar de reiteradas peticiones de distanciamiento, no hubiera ni hecho falta que Z me dijese a mí de defenderle, sobre todo si le acosasen en mi tablón en la red social. Pues Z no hacía absolutamente nada. Y además, decía que no iba con él.

En el pasado, ese mismo chico criticaba cruelmente a Z en mensajes privados que me tiene enviado, y yo siempre lo defendí, instándole al otro chico a que respetase a Z. Pero Z conmigo no hizo lo mismo. Simplemente trató de mantenerse neutral, sin importarle que el otro chico me acosase con malas formas, ni que me criticase a mis espaldas a gusto. Con tal de no meterse él en vereda le parecía suficiente (ni con la persona que, según Z, "significaba para él mucho más que sexo").

Todas esas cosas, esos detalles, hacían que mi decepción cada vez fuese siendo mayor respecto a él. Además de otros desplantes que ya comentaré en su momento.

Conclusión: un chico con problemas psicológicos (y todos lo sabíamos, amigos y enemigos) me critica a mis espaldas frente a Z, y éste se lo permite tan tranquilo, no siendo así cuando el chico criticaba a Z en los mensajes que me enviaba, porque yo no se lo permitía. Además de eso, Z me dice a la cara claramente más de una vez, que no es asunto suyo y que eso lo debo solucionar yo con él. ¡¡Que viva el romanticismo!!

Le comento en un e-mail que esa salida por su parte no me parece normal, y ya me sale con que le estoy haciendo chantaje emocional (esto fue como aquello de que yo defendía la inocencia de Michael Jackson a causa de mi fanatismo; Z, ¡estás sembrado, no se te escapa una! Con tu inteligencia y tan sólo tienes el graduado escolar... Cómo te infravalora la sociedad... -Disculpad por el sarcasmo, no lo he podido evitar-).

Ya iba apuntando maneras: egoísmo, frialdad, indiferencia y cobardía. Más adelante las dejaría patentes. Yo no podría hacer lo mismo: si me importa alguien, no dejo que le toquen ni un pelo. Pero al parecer, él no sentía como yo.

Aunque bueno, también tenía sus cosas buenas (o eso pensaba yo), porque me contó que le dijo a su madre que le gustaba una chica (quiero pensar que era yo; ahora no las tengo todas conmigo), y cuando ésta lo anima a que vaya a por todas, Z le contesta: "No, esta chica me gusta más que para el sexo".

Ay... Qué bonita llega a ser la palabrería.

Después de cenar en McDonald's nos fuimos a tomar algo a un café nocturno muy bohemio, y allí seguimos charlando de todo un poco.

Luego volvimos para el hostal, y como ya empezaba a ser costumbre, me duché, y mientras se duchaba él, me preparé para acostarme.

Vino y se acostó, pero en vez de ponerse a tontear conmigo en la cama, o de sacar la conversación que teníamos pendiente (que no nombraba yo por no agobiarle), le dio por encender la televisión para ver si encontraba algo interesante. Vaya subida de autoestima la mía. Prefiere ver la tele que estar con la tía que tiene al lado. ¡Ole! Pero no le dije nada. Si algo sé hacer, es respetar el espacio personal de cada uno, aunque hubiera preferido que me abrazase y besase, o hablar de "aquello", o que me dedicase tiempo a mí, que había esperado mucho para estar con él y, para ver televisión, tenía todo el tiempo del mundo que no fuera en ese preciso momento. Pero como se hizo un lío con la TDT, pronto apagó y ya centró su atención en mí. Por fin.

Apagamos la luz. No sabía si sacar el tema yo o dejarlo a él, pero Z no parecía tener muchas intenciones de hablar. En lugar de eso, empezó a entrarme, y acabamos liándonos horas y horas.

Era un hostal tan cutre, que si escuchábamos los ronquidos de un hombre en nuestra propia habitación con total claridad, de seguro los demás estarían escuchándonos a nosotros también, especialmente porque, entre el somier y nosotros, hicimos bastante ruido. Pero a mí eso no me importaba demasiado. Por fin estábamos juntos. Aunque me extrañaba mucho que Z no sacase la conversación pendiente. ¡Me lo había dicho con tanta vehemencia aquella vez por teléfono...! Bueno, seguro que más tarde la sacaría, cuando estuviésemos más racionales. Pero no, no lo hizo.

De repente, hablando en penumbra, me dijo: "No quiero compromisos".

Guardé silencio un segundo, helada, totalmente A-LU-CI-NA-DA, y acerté a decir, intentando no parecer cabreada: "Pero nosotros no habíamos quedado en eso". Él dio una vaga excusa: "No, yo sólo digo que no quiero compromisos". Y le contesté, tras pensar un rato mi respuesta: "Mira, Z. Este fin de semana lo vamos a pasar bien, así, como teníamos previsto, tal como estamos ahora. Vamos a estar en el mismo plan, nos vamos a divertir y voy a ir a ver la ópera. Pero después del fin de semana, vamos a hacer lo que te dije la vez anterior: ni más visitas, ni mensajes, ni llamadas. Nada más. Si me necesitas para algo sabes que voy a estar ahí, pero esto hay que cortarlo de raíz. Ya te dije que voy a acabar pillándome por ti y no quiero eso".

Él, al momento, estando acostado a mi izquierda, en penumbra, se puso sobre mí, sujetó mi cabeza con sus manos y acercó su cara a la mía, diciendo con ansiedad, casi suplicando: "Pero E, ¿por qué tenemos que dejar de vernos? Yo quiero seguir viéndote, no te quiero perder".

Todavía con mi cabeza sujeta por sus manos y teniéndolo encima mío, lo miré en la semi-oscuridad y pensé que a lo mejor necesitaba tiempo. Si le había hablado a su madre de mí, si me llamaba y escribía tan insistentemente, si tenía ganas de dejar sus obligaciones por venir a verme, era porque en realidad yo le importaba.

Acepté entonces continuar viéndonos, pero en espera de que pronto cambiasen las cosas, y sin saber muy bien qué éramos exactamente: estaba claro que novios no, amigos tampoco; ¿amantes? Qué poco me gustaba eso. Pero si quieres a alguien, o al menos estás empezando a sentir algo más fuerte por él, tienes que pensar más en él que en ti. Si necesitaba tiempo, se lo iba a dar, aunque tampoco demasiado: esa situación resultaba muy cómoda para él y totalmente injusta para mí.

Seguimos haciendo nuestras cosas cada vez que teníamos una cama cerca, y mientras estuvimos esos días en mi ciudad, siempre buscaba sentarse muy a mi lado en los lugares a los que íbamos. Pensé que era buena señal.

Pasamos por casa de mis padres para que yo pudiese recoger el vestido que iba a llevar a la representación, y le presenté a mi madre (muy a mi pesar) porque nos tuvo que abrir ella la puerta. De mi padre, que es un buzón de Correos y lo cuenta todo, lo escondí. No quería ser la comidilla de la familia: "¡E anda con un nuevo chico!". No es que me importe lo que digan de mí, pero no quería preguntas, ni ser el centro de atención. Ya se sabe cómo son las familias cotillas. Además, si me preguntaban si tenía novio, ¿qué debía responder? "No, solamente nos acostamos; es que no quiere compromisos". Tampoco quería poner a mi madre en un aprieto, y que tuviese que responder a las preguntas de mi padre cuando Z y yo nos marchásemos, o quizá mentir para protegerme. Así que procuré que mi padre no lo viese, y lo distraje para que se volviese a ir. Z, sin comprender, y bastante sorprendido, me preguntó casi en tono de reproche que por qué no se lo presentaba. Le expliqué a grandes rasgos lo que pasaba, que mi padre era el colmo de la indiscreción, y que basta que le pidas que no cuente algo, para que lo pregone a los cuatro vientos.

Aunque me pareció bien que no tuviese inconveniente en conocer a mi padre. ¿Era bueno eso? ¿Significaba algo? Creí que sí.

La cosa cambió cuando llegamos a su ciudad.