UN IMPREVISTO Y DECEPCIÓN

Los mensajes entre Z y yo continuaban. Aparentemente, él seguía siendo cariñoso y sentimental, pero en ocasiones actuaba de forma extraña.

Por ejemplo, aquel día en el que me llamó para convencerme de que intentásemos algo serio. Muy bonito por teléfono, pero por mensaje se comportaba diferente. Me llegaban retazos como de frialdad, de pasotismo.
Tras aquella conversación telefónica le envié un e-mail diciéndole que había sido precioso todo aquello que me había dicho, y que la próxima vez que lo viese, me lo comería a besos, caricias, abrazos... Él me respondió con un simple: "De todo eso ya hablaremos en persona."

Me quedé súper cortada. De nuevo, sentí como si me diese la mano y yo le tomase hasta el hombro. Pensé que le habría dado vergüenza (porque en la llamada había sido muy directo), o que había sido impresión mía y él no pretendió ser cortante, o que tenía que ir más despacio con él, o que quizá en persona, como dijo que ya hablaríamos, él me respondiese del mismo modo que yo le había hablado en ese correo. Igual estaba yo susceptible de más. No le quise dar importancia. Pero el corte que pasé no se me olvida.

Supuse, entonces, que como dijo que hablaríamos en persona de todo eso, sería así. Pensaba que quería que primero nos viésemos antes de formalizar la cosa entre nosotros. Y precisamente habíamos quedado para principios de Septiembre en pasar unos días juntos, porque él había estado ocupado y no pudimos vernos antes (aunque me dijo que daría excusas para dejar sus asuntos de lado y venir a verme, diciéndole yo que ni se le ocurriera; que hiciese lo que tenía que hacer, que para vernos habría tiempo). Iba a actuar en unas representaciones de ópera (pero no cantando, sino como extra) y me había invitado a asistir como público.

Desde el verano me encuentro desempleada, y a pesar de mis intentos de conseguir un puesto de trabajo, no hay manera. Está muy cruda la cosa. De nada sirven los currículums que reparto a diestro y siniestro por mi ciudad (incluso en empresas de limpieza, en las que, aunque parezca increíble, me piden una titulación, y mi FP de Comercio no sirve), las solicitudes que envío a través de Internet, los anuncios y los breves a los que respondo, las entrevistas a las que acudo... No sirve de nada. No hay trabajo. Y donde lo hay, te ofrecen desde una posición muy cómoda que te hagas autónoma y trabajes para ellos desde tu domicilio (y encima mi ordenador está senil), pagando las tasas de tu bolsillo y contratando Internet y teléfono fijo, pagándolo también de tu bolsillo. No te pagan sueldo base, sólo comisión por ventas. ¿Y si no vendes, no cobras? ¿Y cómo pagas el teléfono y el Internet? Ésos son los únicos trabajos que suelo desechar, porque además son ilegales. Pero quitando eso, de momento no he encontrado nada más.

Ya cada mes me las veo y me las deseo para poder pagar la ridícula cuota que me cobran por un modem de porquería, que va a trancas y barrancas, se cae a cada momento y para colmo no viene con teléfono fijo, como para hacerme autónoma, contratar otro proveedor de Internet y estar pagando el nuevo y el que tengo ahora (tengo compromiso de permanencia con el actual), para que el trabajo no me guste o se me dé mal y tenga que dejarlo, y luego me metan en las listas de morosos porque no pude pagar el nuevo Internet o las cuotas de autónomos. No. Si tuviera un sueldo base, por raquítico que fuera, me lo pensaría, pero no me dan nada a no ser que me ate con ellos, y esa situación no es justa ni cómoda para mí. Por eso prefiero ir a limpiar por cuatro duros pero sin líos de autónomos, proveedores de Internet y rollos similares.

Aún así, a pesar de todo eso, a finales de Agosto había sido el cumpleaños de Z, y obviamente quise regalarle algo especial, pero no sabía qué música le gustaba ni si acertaría con el CD, ni qué talla de ropa usaba, ni si le gustaban las colonias (además una colonia es algo muy personal), etc.

Me acabé decidiendo por una cadenita de plata con una chapa en la que hice grabar su inicial por una cara y la fecha de su cumpleaños por la otra; una caja de bombones, una tarjeta de cumpleaños, caramelos y tarta con velas.

Tuve que pagar un día la chapa de plata y otro día la cadena, porque no tenía el suficiente dinero. Mi padre me había encargado que le grabase unos CDs con más o menos 500 canciones, pero poniéndolas en el orden que quería él. Me dijo que me pagaba por el trabajo 12 euros (y encima se creía que estaba siendo generoso), pero ni aunque me pagase 50 habría sido suficiente, porque sudé para cambiar los títulos de las 500 canciones, ponerlas en el orden que él quería, grabarlas en distintos CDs, hacer copias de los CDs... Fue un trabajo de chinos, a pesar de que el hermano de mi amiga me ayudó todo lo que pudo y me dio gratis CDs vírgenes.

Finalmente, mi padre me dio 20 euros. Me repartí en comprar a Z los detalles por su cumpleaños, y en comprar algo también para mi amiga, que había estado de cumpleaños también.

Necesitaba conseguir más dinero: quería invitarlo a cenar y al cine, y quería que fuésemos a una chocolatería de mi ciudad. ¿Pero de dónde sacar más dinero? Mis padres tenían muchas dificultades para comprar la comida y pagar facturas, la pensión de mi padre no es muy grande y casi toda va para pagar la hipoteca del piso y pagar facturas. No quería pedir a mi madre, que estaba con poco más de 200 euros al mes para comprar comida para cuatro personas y pagar los gastos de la farmacia, ropa, lentillas, etc.

Decidí empezar a vender pertenencias mías por Internet. Me deshice de cosas que hubiera preferido conservar, pero Z me importaba muchísimo más. Así que bienvenido fuera vender mis cosas, o lo que hiciera falta. Tenía que conseguir más dinero. Me apetecía mucho que fuéramos al cine o a tomarnos ese chocolate.

La fecha de nuestro fin de semana de ópera se acercaba cada vez más, así que, a pesar de que había varias personas realizando seguimientos de mis artículos, finalizaba las pujas antes de tiempo, malvendiendo las cosas. Quería que al llegar la fecha de estar juntos, no tuviera él que pagarlo todo. En mi corazón, todo eso merecía la pena. Él merecía la pena.

Conseguí un poco de dinero, no demasiado. Hubiera querido poder tener algo más, pero al menos ya me daría para poder invitarlo a un par de cosas. Estaba contenta, y muy ansiosa por verle.

Me había dicho que, como la ópera era en su ciudad, tomase esta vez yo un tren. Dijo que miraría de dejar pagado el billete para que yo sólo tuviera que recogerlo y subir al tren. Pero a pesar de que yo le dije que no estaba muy segura de que eso fuese posible, él dijo que no me preocupara. Así que me despreocupé, y un día o dos antes del viaje a su ciudad, me comenta que no le dejaron en la estación dejar pagado mi billete, que me lo pagase yo con el dinero que había guardado para invitarlo a algo.

Me sentí... Me sentí que ya se lo había dicho; me sentí idiota por haber estado intentando reunir dinero a toda costa y que él no lo valorara y me dijera que me pagase el tren; me sentí rabiosa porque quería verlo y tendría que perderme la ópera y posponer nuestro encuentro (hacía más de quince días que no nos veíamos); me sentí decepcionada, porque hubiera podido enviarme por Correos un giro inmediato, o un ingreso en cuenta con el coste del billete de tren, o por PayPal... Pero no lo hizo. No buscó la manera. No tenía tantas ganas de verme que le hicieran encontrar una solución al imprevisto. Iba a dejar que me perdiese la ópera, que no pudiéramos estar juntos como habíamos planeado (que incluso había conseguido que alguien le prestase unos días un apartamento)... No parecía que le importase mucho el desenlace imprevisto de nuestros planes.

Le dije que se lo había advertido y que no me había hecho caso, que yo sudaba aquí para conseguir dinero para nosotros y de nada había servido, que me lo decía en último momento y ahora a ver qué hacíamos, que tendría que perderme la representación y nuestro fin de semana, etc. Él me envió un mensaje diciendo que lo sentía mucho pero que ya nos veríamos en otra ocasión. Menudo entusiasmo el suyo: "nos veríamos en otra ocasión"... Cada vez me sentía más tonta por mover tanto el culo por él, que apenas hacía nada por verme. Es muy fácil ir a pasar un fin de semana con alguien sabiendo que tienes dinero y que vas a tener sexo y compañía, pero yo luchaba por ofrecerle un cumpleaños decente, por regalarle unos detalles humildes pero en los que puse todo mi esfuerzo e ilusión, por comprarle tarta, velas, bombones..., aunque mi situación no me lo permitía. En su cómoda situación con pasta en el bolsillo, no entendía lo duro y humillante que resulta que te lo estén pagando todo, todo el tiempo. Él no convivió dos años con una persona que le echase en cara el asunto del dinero y quién estaba pagando el alquiler, que revisase sus cuentas bancarias y le pidiera explicaciones de los gastos, que repasase los tickets de la compra para ver si todo el gasto que se había hecho coincidía con lo gastado en el súper o se lo gastaba en asuntos turbios (yo en mi relación anterior, hasta tuve que callar que me compraba libros).

Me acabó proponiendo que, de las dos representaciones, fuese a la segunda, que era tres días después, y con las ganas que tenía de verle, acepté, por supuesto. La ópera en realidad era más que secundaria para mí. Yo quería estar con él, disfrutar de su compañía. Además, teníamos pendiente esa conversación que dijo que hablaríamos en persona.

Así que convinimos que el día 3 de Septiembre vendría él unos días a mi ciudad, y luego viajaríamos a la suya para la representación. Como estaba metido en temas legales con el falso profesor, dijo que por la mañana de ese día tenía que ir al abogado. Que cogería el tren a mi ciudad después, calculando de llegar aquí a eso de la hora de comer. A las 16 horas como más tardar.

Por la mañana de ese día, me puse el despertador para ir a comprar la tarta y las velas. Quería que estuviera fresca, no tenerla en la nevera varios días hasta que nos viésemos. Mi madre me acompañó y compré una de mis tartas preferidas, las velas, y algunas cosillas más derivadas de que viniera él.

Al llegar a casa, preparé un pequeño trolley, que fui a buscar previamente a casa de mi abuela, ya que el mío era excesivamente grande y, además, tras mi viaje a Inglaterra, estaba roto. Le metí ropa para esos días, unos zapatos de tacón para asistir a la ópera, objetos de aseo...

Me depilé, me aseé, me vestí, me peiné y me maquillé. A las 15 horas ya estaba lista para salir por la puerta cuando recibiera su llamada, avisándome de que ya había llegado. Pero esa llamada no llegaba.

Mi madre, que me llevaría hasta el punto de encuentro con Z en coche (así yo ahorraba tiempo y dinero), no hizo planes de salir, esperando para llevarme.

Pasaba de las 17 horas y Z no daba señales de vida. Pensé que no pasaba nada, que estaría en el tren, de camino y, como según él su teléfono móvil no funcionaba, no me podía avisar. Seguro que estaba a punto de llegar.

Pero a eso de las 18:15, mi madre, cansada de esperar, me preguntó si me importaba que se fuera a dar una vuelta, porque el chico no llegaba. Totalmente desanimada, le dije que se podía marchar. Y se fue.

Me quedé muerta de asco, delante del ordenador. ¿No pudo haberme avisado antes de que iba a retrasarse? Entré en la famosa red social y, ¡oh, sorpresa!, vi actividad de Z media hora antes, comentando una foto a una chica. ¿¿¿Y eso??? Entré en otra red social en la que también nos teníamos agregados, y vi actividad suya reciente. ¡No podía ser! ¿No iba a llegar como más tardar a las 16 horas? ¿Qué hacía entonces a las 18 y pico comentando fotos a sus amigas de la red? ¿Por qué al menos no me avisaba de que iba a llegar más tarde? ¿¿Realmente vendría al final?? No sabía qué pensar. Pero sí, ¿cómo no iba a venir?

Recibí una llamada suya, desde su casa, a las 19 menos algo, en la que me hablaba súper happy diciéndome, como si se hubiera olvidado de que habíamos quedado horas antes, que llegaría antes de las diez de la noche.

Mi madre llegó y se sorprendió mucho de verme aún en casa, sentada esperando, con cara de asco y aburrimiento.

"¿Todavía no has tenido noticias de él?".

"Sí, llamó hace un rato. Dice que llegará sobre las diez de la noche".

Pasé el resto de la tarde metida en casa, distrayéndome como podía, e intentando buscar una razón coherente al plantón de Z. Siempre odié que hubiera gente que si no viene o se retrasa no puedan avisar para que los demás no se queden colgados y puedan hacer planes.

A eso de las nueve y media de la noche, más o menos, mi madre y yo cogimos mi trolley y la tarta y nos fuimos en coche al centro de la ciudad. Aparcamos donde pudimos, y nos quedamos esperando y esperando. Pasaba de las diez y Z seguía sin dar señales de vida. A cada rato, mi mal humor aumentaba cada vez más, así como mi decepción. Mi madre me preguntaba cosas, pero yo no sabía qué responderle. Le dije que me dejase en la estación de tren y, aunque no le supo bien dejarme por allí sola con mi maleta por la noche, lo hizo y se marchó.

Me fui para la estación de tren. Me senté en un banco, cerca de las ventanillas de venta de billetes, y allí continué esperando. Me dieron ganas de largarme y pasar de él. Estaba realmente cabreada.

Siendo ya casi las once de la noche, recibo una llamada en el móvil. Era él. Al fin había llegado. Yo más que contenta, estaba furibunda.

"¿Cómo estás", me preguntó.

"Mira, ahora mismo estoy muy cabreada. Déjame un momento que se me pase, por favor".

Él iba callado, a mi lado. Al poco de salir de la estación, intenté tragarme el cabreo y empecé a hablarle. Me comentó que se había retrasado en el abogado. ¿Pero no pudo avisarme al llegar a casa? Pues no; al parecer le apeteció más conectarse a Internet a comentar fotos en vez de pegarme un toque y decirme: "E, no te preocupes, me retrasé en el abogado. Cogeré un tren a X hora y llegaré sobre las X". Pero no. Me llama tan feliz, como si nada.

Cuando le expliqué los motivos de mi cabreo, me dijo sonriendo:

"Aaaaah... Ahora entiendo por qué antes estuviste tan rara por teléfono..."

Pero sólo alegó que se había olvidado de que habíamos quedado a la hora de comer. Hala, y asunto arreglado. Luego le dices que tiene que madurar ciertas cosas y se lo toma a mal.